Uno.- Cuando empecé a escribir, imaginaba que el paraíso era un lugar con playa y un mes por delante para afeitar el texto, mucho antes del invierno. Los días que más subido iba, pensaba en las páginas que llegaría a quitar: 30, 40, 50, me decía. Ahora resulta que al manuscrito, antes de que nadie se lo lea, por estrictas razones espaciales, aunque no necesariamente extraterrestres, le sobran cien páginas. Pronto será primavera. Estoy en Madrid (vaya, vaya). Me doy dos semanas.
Dos.- Menos mal que Sergio González no se olvidó, mientras iba leyendo el borrador, de que la comprensión mutua ennoblece la amistad. Así escribía, sobre uno de los párrafos, estos cariñosos comentarios desde su balcón en Calpe:
Tres.- Él me manda hoy también este enlace a la historia de Robert Graham Hodgson, otro conejo que confesó ser un elefante.
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feo
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