«Allí donde el autor, llevado por su impulso, ha ido directo al todo, donde se cree dispensado de tener que reunir piedra a piedra, donde no ha visto las juntas, y, al no verlas, no las ha sellado; es allí donde se instala el moho del envejecimiento. Para distinguir las juntas, los límites del pensamiento, hay que criticarse a uno mismo». [*]
Walter Benjamin
Diez días después, y a la espera de los comentarios de los editores, he releído este fin de semana, muy por encima, algunas partes del manuscrito. Le sobran unas cuantas páginas. La grasa, como casi siempre, no se debe a la información que mana en exceso, sino a la pegajosa mano que la galvaniza. Casi toda brilla en la segunda parte: en la primera y en la tercera, la voz del narrador me suena honrada, clara y precisa. Limpia. Los enredos están en la segunda. Pero con una señalable evolución: empieza pecando por temblorosa y acaba haciéndolo por campanuda. Hablo sólo de los baches: ¿para qué hablar de lo que no nos quita el sueño? El estilo de algunos párrafos del principio (Vilafranca, «No he tenido nunca ninguna duda», Terrassa, etc.) es el de la hiedra: se extiende pegada a la textura del mundo, sube y baja como queriéndose agarrar al folio blanco de la pared, las frases se entrecortan, se agarran unas a otras y siguen. El que escribe, cuerpo a tierra, se arrastra muy despacio, como una lagartija que se ha tragado un cordero. En los peores párrafos del final, sin embargo, camina erguido, sacando pecho; cuando intuye que la pasarela acaba en un cul-de-sac, disimula y se para, como luciéndose, mirando al público. Incluso sonríe, pero los dientes que enseña son de leche. ¿A quién pretende morder así? Ambos excesos son la cara y la cruz de la misma moneda: «el desesperado compromiso con la angustia». Y aunque es innegable que los primeros eran los garabatos de alguien mucho más frágil y asustado que este último que pasea con la zancada más larga que el paso; también lo es que gracias a que entonces pude ver que personalmente no tenía nada que perder, salvo el miedo, ahora sé que lo que más miedo da es reconocer que no hay nada personal que ganar. Corregir es desaparecer. ¿Qué mejor que hacerlo en público?
[*]»Aux endroits où l’auteur, emporté par son élan, est allé droit au tout, où il s’est cru dispensé d’assembler pierre par pierre, où il n’a pas vu les joints, et, ne les voyant pas, ne les a pas comblées –c’est là que s’installe la moisissure du viellissement. Pour distinguer les joints, les limites de la pensée, il faut se critiquer soi-même.»
W. Benjamin. OEuvres, vol. II, Folio, Paris, 2000, p. 324-325.
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