Los escritores son uno de los grupos humanos más atrasados en el análisis de su experiencia social. Los unos ven en los otros compañeros de profesión exclusivamente; su predisposición a juzgar y defender se dirige mucho más hacia abajo que hacia arriba, tal como sucede en general en todos los gremios. A veces son capaces de negociar provechosamente con los editores, pero igual que en la mayor parte de los casos no saben explicarse la función social de su trabajo, en su comportamiento frente a la editorial nunca reflexionan sobre la función de la misma. Sin duda que también entre los editores algunos tienen ideas muy ingenuas sobre el negocio al que se dedican, y creen realmente que distinguir los libros buenos de los malos es por cierto su única tarea moral, y que distinguir los libros fáciles de vender e los que son difíciles es su única tarea comercial. Pero, en general, el editor tiene un concepto más claro de las personas para las que edita que el que poseen los escritores de las personas para las que escriben. Por eso, los escritores no están a la altura del editor y, en general, no pueden controlarlo. ¿Quién podría hacerlo? No es el público, sin duda, pues la edición les es desconocida. Así que sólo quedan los libreros. Y no hace falta anotar que su control sería muy problemático, aunque sólo fuera porque sería tan secreto como irresponsable. […]
Walter Benjamin, “Crítica de las editoriales”, publicado el 16 de noviembre de 1930 en el Frankfurter Zeitung, y recogido en las Obras Completas de Abada editores.
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